Relato: Pacto (#OrigiReto2020 enero).

Casi, casi a última hora os traigo mi relato de enero. He tenido bastante trabajo reduciendo la extensión al margen de 2020 palabras del reto porque la idea daba para siete sagas, pero espero que haya quedado algo apañadito y que os guste ^^ eso sí, antes de empezar os presento a las dos razas que protagonizan el relato, que la verdad, es mucho lore y no realmente necesario, pero no sabía qué hacer con ello y me parece interesante XD

VAMPIROS:

*En la cultura vampírica, la mayoría de edad se alcanza a los 300 años. Los miembros de la familia real celebran este evento públicamente, en la capital del oeste, tomando su primera sangre de una ofrenda, que es a su vez un compromiso matrimonial pactado entre familias nobles. Los nobles son administradores del reino y cada casa se ocupa de su propio ministerio. Sus riquezas son legítimas y respetan al pueblo como iguales. En contra de la creencia, los vampiros admiran las cualidades físicas de los lobos y es común hoy día que los contraten como guardianes y escoltas*

LOBOS:

*En las costumbres del clan de los lobos, la adultez se alcanza al ser capaz de realizar la transformación completa y suele suceder a los 350 o 400 años. Los tatuajes de sus cuerpos aparecen durante la primera transformación y pueden ir aumentando en cantidad y extensión según lo haga la fuerza del individuo. Es común que a esa edad alcancen los dos metros, pero seguirán creciendo hasta al menos los 500 años. Las casas del clan siempre están abiertas para uno de los suyos, excepto en algunos casos, como para aquellos que sirven a los vampiros. Su sistema de poder esta basado en la fuerza física y la unión familiar.*

Y ahora que ya sabéis de qué va la cosa os dejo con el relato ^^

PACTO

Hasta el último milenio, las dos razas dominantes de isla Kaurí estuvieron en conflicto. El enorme territorio que conformaba el país bastaba para que todos vivieran en paz en sus respectivas capitales sin siquiera toparse por accidente, pero su abismal diferencia de actitudes y costumbres hacía que simplemente no se soportaran. Todo cambió tras las sequías: el hambre y la desesperación trajeron acuerdos, empezando una era de paz.

Pero en Kaurí, el tiempo se alarga como se alargan las nubes llevadas por el viento y sus gentes viven miles de años: aún tras siglos de paz, no siempre eran cordiales unos con otros. Cuando las niñas vampiro empezaron a desaparecer en la capital del oeste, la llama del odio no tardó en reavivarse.

Corrían rumores de que uno o varios lobos se dedicaban a secuestrar a las niñas por rencor, para comérselas o ambas cosas, y que una de ellas había aparecido muerta, con su capucha blanca teñida de rojo por su propia sangre. Jamás pudo confirmarse que fueran los lobos, pero ahí empezó la historia.

                  *                                *                                   *

—Capucha. Llevaba una capucha empapada en su propia sangre cuando encontraron muerta a la pobre criatura.

—¿Estás segura, Praire? Juraría que era un abrigo...

—Que no, Loan. No me hagas dudar, mujer, era una capa con capucha. Solo espero que no encuentren a las demás de la misma forma. Ojalá descuartizaran a esos lobos. Sucias bestias salvajes...

Podían escuchar la conversación desde la despensa donde se escondían. Guinea apretó con cariño la mano de Azul. No soportaba que hablaran mal de los lobos: él era su amigo, guardián, protector y cómplice. Siempre estaba ahí para ella. Guinea se levantó en silencio y deslizo sus manos por los hombros de Azul, enlazándolas tras su cuello y pegándose a él en un tierno abrazo.

—No hagas caso, Azul —susurró en su oído— Nadie te hará eso. Yo te cuidaré.

No hubo respuesta, Azul no hablaba. A Guinea no le importaba, su mirada era suficiente. Se entendían. Su cercanía era para ella una necesidad, su temperatura cálida y su calma la hacían sentir bien y él dejaba que lo arrastrara a todas partes. ¿Por qué si no estarían escondidos en la despensa? Guinea se coló en la cocina por los dulces recién horneados, pero las cocineras casi les habían pillado. Aún siendo la princesa y su guardián, estarían en un lío si les encontraban. Y por muy niña que fuera, tras oír aquella frase, sabía que no era buena idea salir. Solo se sentaron en el suelo en silencio, observando el ajetreo de las dos mujeres mientras esperaban una oportunidad para huir.

No eran más que dos mocosos jugando por el castillo. Guinea tenía solo 29 años y le parecía que su mayoría de edad no iba a llegar jamás. Azul era doce años mayor, solo un suspiro, nada relevante contando la edad en siglos, la diferencia entre cualquier par de hermanos.

Pero ninguno de los dos tenía hermanos, solo la una al otro. Los vampiros nunca se caracterizaron por ser familiares y Azul era huérfano, hijo de guardias de palacio. Su hogar estaba allí, aunque ya no tenía familia. Pero al nacer la princesa Guinea, sintió que su lugar era a su lado. Ver como ella le necesitaba, como le elegía sobre cualquiera, le emborrachaba de un sentimiento de superioridad que no podía compararse con nada. No tuvo nombre hasta que ella empezó a hablar y lo eligió, porque adoraba sus ojos azules y él la adoraba a ella, su preciosa princesa. No, doce años no eran mucho, ambos eran niños, muy niños todavía.

Entonces ella vio algo increíble, y después él, al ver el brillo curioso en los ojos de Guinea, fijos en algo tras la puerta: Loan y Praire ya no hablaban. No lo entendieron, al principio, pero los niños son inteligentes y aprenden rápido.

—¿Qué hacen? —susurró la princesa pegándose a la puerta para ver mejor.

Se estaban besando y aunque ambos lo veían por primera vez, el vello de la nuca de Azul se erizó por puro instinto. Cubrió los inocentes ojos de Guinea y la atrajo hacia sí de espaldas, abrazándola y ocultándole la escena. Pero ella ya lo había visto. Se giró hacia él y susurró de nuevo, apartándole emocionada la mano de la cara.

—Se están besando —Se respondió a sí misma mirándole y ladeando la cabeza ligeramente, haciendo que sus largos cabellos plateados cayeran a un lado, resbalando sobre la piel blanca de sus hombros.

Estaban tan cerca que él podía oír sus latidos y los suyos propios le golpeaban en el pecho como si quisieran responder a los de ella. De nuevo las manos de Guinea sobre su piel cobriza y su mirada de genuina curiosidad atravesándole. Guinea entreabrió los labios de color cereza y su aliento acarició su rostro. Y en un instante todo cambió. Su olor se endulzó tanto, que a Azul le picaba la nariz y quería besarla como Loan y Praire se estaban besando, como sabía que ella quería. Abrazarla, acariciarla, devorarla entera hasta que no quedara nada. Pero ella era la princesa, había jurado protegerla al hacerse su guardián, seguir sus órdenes, obedecerla siempre. No haría nada si ella no se lo pedía.

Aún no lo sabían, pero estaban a punto de condenarse para siempre.

                    *                   *                  *                  *                 *

El sol de la mañana se cuela en la habitación como un ladrón entrando por una puerta abierta, obligándola a despertarse. Suspira tratando de abrir los ojos, con el recuerdo de aquel día aún proyectándose en sus parpados, como una película incompleta que jamás alcanza el final. Después solo ve fragmentos, media docena de imágenes rápidas y confusas que no le aclaran nada: la despensa, sus manos temblando, Azul convertido en algo atroz, la piel oscura del lobo manchándose de negro, su vestido cubierto de sangre, gritos... Nada más. Perdió el conocimiento. Que él la atacó, dijeron, y que había matado a aquellas niñas. Huyó de palacio junto a todos los lobos, desterrados de la capital del Oeste.

No lo recuerda. Quizá supo alguna vez qué sucedió, pero ya no. Ni siquiera su rostro está ya en su memoria; lo olvidó. Dijeron que ella enfermó por su culpa. Que estuvo en manos de mil médicos y tomó todas las medicaciones. Pasaron décadas hasta que se encontró mejor. Pero él no regresó.

Se levanta de la cama sintiéndose fuerte y despejada como no se sentía desde hace mucho. Luego recuerda por qué y el mundo se le cae encima: hoy es su trescientos cumpleaños. Lleva tres días sin medicaciones, tiene el cuerpo limpio y lo nota. Siente que lleva apagada tres siglos, en una especie de trance que se disipa con rapidez. Dicen que ya no necesitará fármacos después de la ceremonia, pero no quiere hacer el ritual, pensar en la ofrenda de sangre le da náuseas, no quiere convertirse en la esposa de alguien que no conoce.

No participará en ese circo. Tampoco se pondrá el vestido ceremonial. Deja sus aposentos descalza, con el cabello sin recoger, cubriéndose el rostro bajo la capucha de su bata de seda roja. Pero algo la detiene. Se pregunta qué es ese olor extraño y delicioso que la hace salivar. Lo sigue sin pensar, por instinto y sin darse cuenta, sus pies la llevan hasta la fría escalera de piedra de las mazmorras.

No hay guardias, la inminente ceremonia les tiene ocupados y no debería haber nadie encerrado. Avanza con cautela, su mente vibra como si fuera a explotar y pasa las celdas vacías con el corazón cada vez más acelerado. Ahoga un grito cuando lo ve. Es monstruoso, inmenso aun estando arrodillado en las sombras de la celda. Su cuerpo, cubierto de tatuajes y cicatrices, se mueve pesadamente con cada respiración y su cabello negro y enmarañado cae hacia adelante cubriéndole el rostro. Quizá duerme, aún no se ha percatado de su presencia, pero las cadenas sujetan sus brazos a las paredes de roca y Guinea se confía. Quiere verlo más de cerca, lo necesita: es pequeña, se escabulle entre los barrotes sin problema. Ese olor la va a volver loca.

Cuando él levanta la cabeza y sus miradas se cruzan, las palabras sobran.

Los recuerdos de Guinea se desbordan. Aquel día, ella le besó y no fue suficiente. Le entró la sed, el hambre, el deseo. Le mordió, bebió su sangre y él la dejó hacerlo. Su amor por él y descubrir su sed, se unieron volviéndose otra cosa, algo primal, frenesí: Guinea entró en celo, como debía hacerlo en el ritual de mayoría de edad, no en una despensa, no siendo una niña, no con un lobo. Y Azul la abrazó, soportó sus colmillos y contuvo sus ganas de morderla también, de marcarla y hacerla suya. No habría pasado nada de no ser por las cocineras, que les descubrieron por el ruido. Escandalizadas de ver a la princesa cubierta de sangre, trataron de separarlos y entonces fue Azul quien enloqueció. Nadie la tocaría, ella no era consciente. También a él le enloquecía su olor. Era suya, nadie iba a separarles. Como Guinea, Azul perdió la cordura, su cuerpo creció, su piel se llenó de tatuajes y atacó a cualquiera que trató de acercarse mientras ella seguía mordiéndole.

Cuando lograron reducir a la fiera en la que se había convertido Azul, lo bajaron a las mazmorras. Allí le hicieron creer que ella no quería verle, que le odiaba y le culpaba. Le torturaron de mil formas y él lo aguantó porque les había creído.

Pero la tiene delante y parece tan sorprendida como él. No puede separarse a dos almas que han decidido unirse.

Azul arranca las cadenas de la pared con furia y Guinea se abalanza sobre él en un abrazo que parece revivir a ambos. Tras tanto tiempo contenida, el hambre vuelve como aquél día y se relame antes de morderle. Su sangre le llena la boca y le sabe a gloria, a dulce, a amor infinito y a él. Azul la abraza mientras ella se aferra a él con todas sus fuerzas, clavándole los dientes en el antebrazo. Aún de rodillas y con los grilletes, el lobo se siente libre: de culpa, del dolor de su rechazo, del miedo a su odio. Guinea jamás le odió, les mintieron y tenerla de nuevo entre los brazos es un sueño que lleva esperando siglos. Se pregunta si será una ilusión a pesar del dolor que le causa su mordedura. Le acaricia la nuca con la nariz; huele a ella y le aflora el instinto de lobo: quiere morderla también, inmovilizarla, marcarla. Aprieta el antebrazo contra su boca, clavando más hondo los colmillos de Guinea y echándole la cabeza ligeramente hacia atrás mientras le muerde la nuca. El gemido de Guinea le rompe la cordura, pero cuando ella le suelta, él la libera también y ve sus mejillas sonrojadas y sus ojos brillantes le dicen que todo va a ir bien. Se besan, mezclando su sangre en sus labios como en un pacto eterno antes de que ella le haga ponerse en pie.

—Nadie jamás volverá a hacer que te arrodilles. Vamos a celebrar un sacrificio de sangre, al fin y al cabo, es mi cumpleaños.

Guinea y Azul aparecen en el gran salón justo a tiempo. De camino han echado a todos los guardias, solo quedan los nobles de los clanes, fofos, torpes e incapaces de ser rivales para una vampira cabreada y un único lobo, aunque esté débil por la reclusión. No más mentiras, Guinea será la Emperatriz de la nueva era. Todo termina rápido y teñido de rojo y, tras la matanza, el palacio se siente frío y vacío. También ella se siente así. Se abraza a si misma buscando calor. Cuando Azul la ve, trata de confortarla con un abrazo.

Lo último que ven los supervivientes que logran huir es a la chica con capucha roja en los brazos del lobo feroz.

Fin💙

Título: Pacto

Extensión:1988

Objetivo principal: 1- Escribe tu propio cuento con enseñanza.

Objetivo secundario A: F- Caperucita Roja.

Objetivo secundario B: VII- Vampíros/Licántropos

Objeto 1: 5- El sol

Objeto 2: 7- Una docena

Objetivo personal: Sobrenatural, erótico.

Bechdel: Sí

Protagonista femenina única: No

LGBT: Sí

Mapeo: Sí

Videojuego: No

Anuales: Sororidad, Tríada.

Tablero:

Y nada más, os recuerdo que este relato forma parte del reto de escritura creativa #OrigiReto2020 que dirijo con Stiby, aquí podéis encontrar las normas en este mismo blog y aquí en el suyo. 

Espero que os haya gustado, y tanto si sí como si no, podéis dejar vuestras opiniones, correcciones, comentarios y sugerencias en los comentarios, que ya sabéis que los comentarios salvan vidas ;P

.KATTY.

(QUÉ HACES, KAT?... Yo qué sé, sale lo que sale, no me mires así *facepalm*... FEBRERO LO HARÉ YO, Y LO SABES ¬¬ ... Menos queja y más comentarios xD... ESO!, TARDAS LA VIDA Y AHORA LAS PRISAS PARA MÍ... Ñiñiñi...).