!Wolas gentecilla¡ Final de marzo y os traigo mi primer relato del mes para el #OrigiReto2018 y espero poder colgar el segundo en las próximas horas. Dejo también los enlaces a mis ejercicios de ENERO y FEBRERO para que podáis echarles un vistazo y a partir de ahora intentaré subir los relatos en dos entradas en lugar de una. Añado como siempre musiquita para que os acompañe y os dejo con el relato.
El precio del poder.
El
hambre me despierta como cada madrugada. Sigue siendo de noche, pero
la lámpara está encendida, puedo ver mis manos temblorosas y
consumidas ante la llama. Los sirvientes se aseguran de que jamás
falte aceite ni mecha.
Me
visto siguiendo un orden impecable y estudiado, mis ropajes están
limpios, no tolero la suciedad, ni el desorden. El desayuno está
servido cuando bajo al gran comedor y me obligo a ingerir el
alimento, aunque no pueda saborearlo ni me sacie de ninguna forma. Lo
único que puede, a duras penas, está en un sótano oscuro exhalando
sus ultimas bocanadas de vida.
Alzo
la vista terminándome el vino y sonrío por primera vez en meses al
ver los inútiles títulos nobiliarios, colgados como una muestra de
mis argucias y mentiras a pesar de su autenticidad. Barón,
Terrateniente, Conde, Duque... Basura conseguida con engaños que
abre puertas a cualquiera con medio gramo de astucia... Escupo el
vino y lanzo al suelo el resto del plato, ni siquiera vale el tiempo
que tardo en llevármelo a la boca.
Salgo
del castillo con las primeras luces del alba. Es día de caza, pero
el clima no acompaña y regreso a mediodía. En ocasiones, puedo
toparme con algún campesino extraviado que usar de diana y con el
que aventar mi mal humor, pero hoy está siendo un mal día.
De
vuelta en mis aposentos, solo me queda gruñir y darme a la bebida.
Impaciente, cierro con firmeza la portezuela de la alacena de madera
de nogal de donde he sacado el vino. Lo vierto de la jarra a la copa
casi con desprecio, tomándolo de un trago. Por un segundo, su sabor
áspero y dulzón casi parece que logra calmarme. Pero la sensación
pronto se desvanece.
Esperar,
siempre esperar. Alzo la vista de la copa para contar los años...
¿32? En 1075 eso es prácticamente anciano. Si algo me falta es
tiempo, y lo estoy malgastando contemplando el bargueño y
embriagándome a conciencia, pero no hay nada que pueda hacer, salvo
esperar.
Deslizo
la mano sobre el tapiz que cubre la mesa, acariciando el hilo rojo
mientras doy vueltas alrededor. El libro está en el centro. El
efecto que causa en mí, es exasperante, adictivo. Desde que lo
sostuve la primera vez, he sido incapaz de mantenerlo lejos.
Leyéndolo de principio a fin sin descanso, dejando que su magia me
hablara, me contara su historia.
Gracias
al conocimiento mágico que adquirí de esas páginas y a mis méritos
propios, no me fue difícil, un par de años atrás, hacer llegar
rumores a Alfonso VI, Rey perpetuamente rodeado de obispos y
personajillos de la fe Cristiana por su conocida aversión al mundo
mágico, de que cierto terrateniente noble, con heredad del título
de Conde y en situación de paso, conocía los secretos del mundo
tenebroso y era capaz de reconocer y combatir cualquier criatura
mágica. Pronto había enviado sirvientes a buscarme por la comarca.
Su interés en mis
conocimientos me convirtieron automáticamente en alguien de su
confianza. A los pocos días y tras compartir una cena copiosa y
otros tantos litros de vino, el Rey me invitó a la ceremonia de su
boda con Inés de Aquitania, con quien llevaba casado 4 años
esperando que cumpliera 14 para la celebración. Según decía,
necesitaba saber si era en realidad una bruja que intentaba colarse
en su lecho con malas artes. Evidentemente, era solo una chiquilla
entregada al Rey por un pacto y un puñado de tierras.
Al
decírselo, no solo me recompensó con una fortuna, si no que me
convirtió en parte de su círculo, dónde además de darse a la
buena vida, despotricaban sobre sucesos fantásticos, brujería, y
pasaban las madrugadas embriagados inventando normas y deberes para
el pueblo, torturas para quienes adoraran a cualquier otra figura que
no fuera la de su Dios y haciendo listas absurdas de a quienes
quemarían en una hoguera y por qué insignificantes ofensas. Pura
palabrería del odio.
Durante
las audiencias con el pueblo, acusaban a gente de ser brujas o adorar
al demonio, sacrificándoles luego en actos públicos. Podría haber
mediado, nunca sentí nada mágico remotamente cerca, pero me gustaba
el ambiente expectante alrededor de las víctimas, las caras de asco
y el olor a sangre. Buena época, pero pronto me aburrí.
Un día, le hablé al Rey de cierto mecanismo en el que trabajaba y que
podría detectar cualquier fuente de magia, ya fueran criaturas
vivientes u objetos encantados o malditos. Yo era su mano derecha por
aquél entonces, además de consejero en asuntos mágicos y quien
había organizado la seguridad en torno al palacio y al monarca,
manteniéndole “a salvo”, por lo que confiaba en mí con fe
ciega, pero al oír del artilugio, no solo mostró interés: lo
quiso, a tal extremo, que me ofreció libre acceso a las arcas de
palacio, encargándome bien de aligerarlas en pos de la investigación y
dándole a cambio un cachivache. El verdadero objeto existía. No era
más que una gota de mi sangre en un recipiente con aceite, pero al
Rey le bastaba uno falso: mi sangre, sí reacciona ante la magia y habría sido contraproducente romper su falsa sensación de seguridad por
accidente.
Desciendo
al sótano con lentitud. El guardia apostado en la entrada palidece
al verme y baja la vista al suelo. Le ignoro y entro a la oscura sala
sin ceremonias. Ya no puedo verla, su luz se apagó hace muchos años,
pero puedo sentir su frágil latido, sus últimos restos de magia.
Las cadenas le han marcado la piel blanca, perdió los cabellos,
caídos y arrancados a partes iguales. Perdió también todos los sentidos,
solo reacciona cuando rozo con la mano su espalda encorvada. Su
cuerpo huesudo se estremece, me teme
más que a su propia muerte.
Acerco
mi cara a su nuca, aún huele ligeramente dulce. Siento un escalofrío
cuando le clavo los dientes y saboreo su sangre. No puede gritar, a
penas respira ya, y le hundo más los dientes mientras convulsiona.
Ni siquiera necesito su sangre, solo la magia, pero me gusta el
sabor. Quizá esta sea la última vez.
Siento
algo cerca que me hace soltarla y poco después oigo los aporreos en
la puerta maciza. Nadie entra aquí, pero gritan el mensaje: “Lo
han logrado”.
—¡Por
fin! Ahora podrás dejar de sufrir, mamá.
Relato para el ejercicio 19-Narra un día cualquiera en la vida de un monstruo. Espero que os haya gustado. Aquí tenéis las bases del OrigiReto en este mismo Blog y en el de Stiby.
Aún podéis apuntaros si queréis ;3 ¡¡Hasta luego!!
(¿TIENES PRISA, EH? XD...No te rÍas que estoy mala >_<... ISTII MILI ÑIÑIÑI, DÉJAME A MÍ, YO LO HAGO A TIEMPO 😎... ... ... ... Vaaale~ ... ¡¡SÍ!! ¡¡BIEN!!).
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