viernes, 12 de mayo de 2023

Infiel (relato #EstrellasDeTinta2023 abril y mayo)



Pues como soy un desastrito, tratando de actualizar abril con la segunda parte del relato de Mayo, resulta que borré la entrada, así que la vuelvo a subir para que al menos esté completa, Como hay discord, no me da tiempo de hacer las pegatinas nuevas, pero las subo a twitter mas tarde para que podais ver y comentar <3

Aquí mi relato de abril y mayo para el #EstrellasDeTinta2023 

Bases del reto aquí, espero que os guste:

https://plumakatty.blogspot.com/2022/12/reto-de-escritura-creativa.html



 

Infiel (parte I)

Es media tarde, aún hace calor y el sol se refleja en las gafas polarizadas de Marta como si de un espejo se tratara. El taxi reduce la marcha con suavidad hasta detenerse completamente ante las puertas con la explosión del tubo de escape. Baja del vehículo de forma elegante, poniéndose en pie sobre sus tacones de aguja y estira con la palma de las manos la tela suave de su vestido ceñido. El viaje ha sido largo, pero por fin ha llegado. No lleva equipaje y camina con andares ligeros hacia el edificio, que parece estar dándole la bienvenida con una sonrisa tan radiante como la que ella misma luce al ver las letras en la fachada: Hotel Caronte.


Le encanta ese nombre. Le suena a místico, a poderoso y también a oscuridad, como un viaje inevitable hacia lo desconocido, aunque hace tiempo que se ha convertido en rutina y su barca no flota sobre el agua, si no que marcha sobre ruedas y es amarilla y negra, la navegación tampoco es en ningún rio, si no en una pantalla digital que guía a su conductor por el asfalto, alejándola de su hogar kilómetros y kilómetros, lo bastante lejos como para que la culpabilidad y las mentiras ya no tengan ningún significado: es cliente habitual. El primer viernes de cada mes se olvida de las tareas del hogar y viaja en secreto hasta ese lugar, dejando colgada su identidad de feliz ama de casa, dulce y amorosa, junto al delantal, tras la puerta de la cocina. Y mientras cruza la puerta de entrada y se dirige hacia la recepción, alza sus gafas de sol, dejándolas sobre su cabello cobrizo largo y rizado a modo de diadema.


Buenas tardes, Gladio, ¿cómo está usted y su maravilloso cabello blanco? —dice haciéndole un guiño al señor de recepción con sincera simpatía.

Encantados ambos de verla de nuevo, señora Garrido, bienvenida sea usted y su peculiar buen gusto al Hotel Caronte.


El recibimiento es genuino, igual que la sonrisa que se le ha dibujado en la cara al verla: se llevan bien, después de tanto tiempo su relación puede considerarse como amistosa. Con una floritura, el hombre le ofrece una llave dorada con el numero 115 marcado en ella.


Su habitación ya está lista, con un pequeño obsequio de la casa. —Termina la frase en un susurro cuando la mujer se acerca para tomar la llave, como si fuera algún tipo de confidencia entre ambos.

Gracias, Gladio. Me consiente demasiado.

¿Quiere que mande subir sus pertenencias de la consigna?

Sí, por favor. Por cierto, ¿qué tal el baile de anoche?

Estupendo, como siempre. Debería venir alguna vez.

Claro, algún día —dice Marta dirigiéndose al ascensor.



Cuando sale del elevador, puede ver la puerta de su habitación al final del corredor, con el número 115 marcado en ella. Avanza con seguridad por el pasillo dejando atrás cada una de las puertas y jugueteando con la llave en la mano y cuando se detiene, antes de abrir, el gato negro que siempre ronda por el hotel, ronroneando, roza su costado contra las piernas de Marta a modo de ritual de bienvenida y le dedica una curiosa mirada amarilla antes de seguir su ronda de la tarde.


Entra en la habitación sin ceremonias, cierra la puerta y repasa la estancia con la mirada, fijándose en cada detalle. Es grande como un salón, quizá es la enorme cama lo único que indica que no lo es. A los pies de esta, sobre el diván, alguien con muy buen gusto ha colocado unos cojines y una bombonera de cristal llena de chocolates. Ante el diván, sobre la mesa de café, hay copas y botellas de vino tinto y una pequeña bandeja de mimbre rebosante de golosinas de colores. Su maleta también está allí, al lado de la puerta: de alguna forma ha llegado antes que ella y se pregunta si Gladio, sabiendo de su llegada y de forma previsora, ya la había subido con anterioridad, junto a los otros detalles. El resto está como siempre: un sofá y dos butacas colocadas alrededor de la mesa, el enorme espejo que cubre la pared reluce impoluto, las gruesas cortinas color caramelo están echadas y huele a limpio, a suavizante y a madera de cedro. Sabe que no es la única que utiliza la habitación, pero la siente tan suya como su propia casa: es su pequeño rincón del mundo, solo suyo.


Se quita los zapatos, camina descalza sobre la moqueta hasta la cama y se deja caer, tratando de relajarse. Por fin, ya es el día. Su día. Esta vez, espera su cita con ansias. Por alguna razón, hoy le apetece más de lo normal. Ha llegado pronto, como es habitual. Le gusta llegar con tiempo, mentalizarse, prepararse con mimo. Las prisas nunca son buenas y no le dejarían disfrutar de su día especial como es debido.


Se levanta impulsada por un ánimo repentino, salta de la cama y va hacia el baño. Es su parte preferida de la habitación, la bañera. La llena hasta el borde mientras se desnuda y recoge sus cabellos en un moño caótico y desordenado con aspecto de erizo. Luego elije uno de los jaboncitos de la bandeja sobre el lavamanos. Le encanta llenar la superficie de espuma y notar el contraste frio en la piel antes de tocar el agua caliente con la punta de los dedos, le recuerda al helado con chocolate caliente. Una vez dentro, esparce pétalos de sales de baño. Huelen a fruta, a melón y a dulce y tiñen de azul la espuma como si fuera un batido. Se queda en el agua hasta que está tibia. A veces, añade un poco más de agua caliente para alargar el momento. Cuando a regañadientes consigue la voluntad para salir de la bañera, se seca bien con la toalla, se envuelve en ella, deja su ropa doblada en la repisa del baño y regresa a la habitación.


Arrastra la maleta hasta la cama, la sube con dificultad e introduce la contraseña de cuatro dígitos en el cierre. El “clic” que se oye al soltarse el cierre le acelera el pulso. Abre la parte superior con lentitud, como quien descubre cuidadosamente un regalo, y quedan al descubierto cuatro cajas. Coge dos iguales, las más pequeñas, del tamaño de un neceser o un bolso. Las deja sobre la cama, junto a la maleta y abre una hábilmente. Dentro hay unas medias, lencería, y un par de prendas de ropa: la vestimenta para su cita de la noche. Ya no falta tanto, así que se pone las medias tendiéndose sobre la cama, primero la izquierda y luego la derecha, estirando hacia el techo los dedos de los pies mientras la suave tela le acaricia la piel, cubriéndola centímetro a centímetro, como si fuera una serpiente en el momento de la muda, pero a la inversa. Se acomoda las braguitas y el sujetador a juego, se coloca el liguero y se cubre el busto con la camisa de seda de manga corta, dejando desabrochado un botón de más. No le importa, es casi transparente y puede adivinarse el color negro del sostén a través de la fina tela. Luego se embute en la falda negra de tipo lápiz, es de talle alto y queda justo debajo del pecho, acompañando sus curvas perfectas hasta el muslo, aunque la raja del lado derecho de la prenda, quizá deja ver un poco de más. Por último recupera sus tacones negros y se los pone ante el espejo. Está sexy, despampanante, matadora, aunque sigue pensando que debería traer unas gafas falsas la próxima vez. Está segura de que eso la haría parecer aún más una profesora y la idea le arranca una risilla.


Vuelve a hacia la cama arreglándose el recogido, aún le quedan cosas por hacer. Abre la segunda caja pequeña: está llena de velas. Son rojas y un olor a bosque, a madera y hojas secas se esparce por la habitación en cuanto empieza a encenderlas. Un par por aquí, otro par por allá... Le gusta crear un buen ambiente y esas son sus favoritas: las hace ella misma, recolectando hierbas y hojas fragantes de arce cada vez que puede escaparse al bosque.


Deja ambas cajas vacías en la mesilla de noche y regresa a la maleta a por la siguiente caja. Esta vez es la mayor, una grande y pesada que no necesita mover. La abre allí mismo y extrae varias bolsas del interior que lleva hacia la mesa de café, donde vuelca el contenido: Lubricantes, preservativos y una importante cantidad y variedad de juguetes sexuales quedan expuestos como un batiburrillo extraño de colores y texturas. No le lleva demasiado tiempo ordenarlos a su gusto, como si se tratara de un puzzle aprendido de memoria o una especie de catering erótico y no del todo comestible, dispuesto de la forma más apetecible.


Se acerca la hora y como un último capricho antes de empezar, se permite saborear uno de los chocolates de cortesía.



Cuando suena el teléfono da un respingo y lo coge enseguida:

¿Diga?

Señora Garrido, su visita ha llegado, ¿quiere que suban?

Sí, gracias.


Mientras espera, mira su anillo de casada. No se lo quita, siente que eso sería deshonesto y piensa que, algún día, su marido descubrirá la verdad: que no hay club de lectura en la ciudad el primer viernes de cada mes, que le miente descaradamente y que las mentiras nunca terminan bien... Pero aún si hay cosas que no puede contarle, le quiere. O al menos no puede contarlas todavía.



Abre la puerta antes de que llamen, puede oír el jaleo desde que se abre el ascensor. Pronto las tiene delante y las hace pasar a la habitación, cerrando la puerta tras ellas. Cuando empieza a hablar lo hace suave, despacio, bajando el tono casi a un murmullo. Eso las induce a prestarle atención y a quedarse en silencio para poder oírla.


Buenas noches. Mi nombre es Marta y voy a ser vuestra guía en esta noche de chicas. Desde ahora y hasta las doce, tenemos dos horas para hablar de lo que queráis, para resolver sin tapujos vuestras dudas sobre sexo, compartir experiencias y sobre todo, para descubrir cosas nuevas y pasarlo estupendamente. ¿Queréis presentaros? ¿Quién es la novia?

Sofía, la novia es Sofía.

¡Yo! Hola Marta, mucho gusto.

¡Enhorabuena, Sofía!

Gracias.

¿Quien más me dice su nombre?

Yo soy Eva, encantada.

yo me llamo María, encantada Marta.

Y yo soy Sol, hablé contigo por teléfono. Encantada de conocerte por fin en persona, Marta.

Estupendo, Sofía, Eva, María y Sol, encantada de conoceros a todas también. Tenemos vino, chocolate, golosinas y un montón de cosas divertidas, ¿por dónde queréis empezar?

Por el vino —dice Eva, algo más agitada que el resto.

Es la novia, Sofía, quien trata de explicar el motivo del estado de su amiga.

No le hagas caso, Marta. Dice que ha visto demasiadas historias sobre el hotel por internet.

¡Lo siento, estoy muy nerviosa! —Se excusa Eva con una sonrisa nerviosa, sirviendo el vino mientras las demás se van acomodando—. Me pudo la curiosidad...

Bueno, —continúa Marta—, este hotel está cargado de historias y leyendas. No es la primera vez que oigo sobre estos temas, cuentan que hace mucho tiempo alguien fue asesinado en el edificio y desde entonces, su espíritu ronda por los pasillos...


Silencio... Es parte del encanto de la noche de chicas en la habitación 115: vino, charlas de sexo, juguecitos y anécdotas terroríficas. Marta trata siempre de poner su granito de arena y promueve este contraste de energías que lo vuelve todo mucho más interesante.


Marta, —La llama Sol—, ¿es cierto lo de la secta?


Trata de mantener la compostura y no soltar una carcajada, quiere conservar su aspecto interesante, serio y formal, pero es muy difícil cuando el tema le resulta tan gracioso, hubo una secta, pero la historia que ella conoce, es algo diferente, piensa que quizá debería contarla algún día y ver qué reacción provoca en sus invitadas.


Bueno, eso dicen: que algo sucedió con una secta en el hotel durante los años veinte...

Pero sinceramente, —La interrumpe Sofía, la futura novia—, no estoy segura de que eso sea de lo que habéis venido a hablar aquí. ¿Qué tal un brindis por la novia?


Corre el vino y las risas, juegan, hablan y hay momentos emotivos también. Las dos horas se quedan en nada, se esfuman como todo lo bueno, haciendo volar el tiempo y dejando tan solo un recuerdo fugaz de algo con sabor a chocolate, demasiado corto, momentáneo, y que quizá, por eso mismo, es tan difícil darlo por terminado. Pero Marta no da opción, son las doce y es el momento de terminar con la cita, mientras el sonido de las risas aún se resiste a abandonar la habitación y esa sensación de vida y ánimo, carga el aire.


Gracias por haber venido y como obsequio, tenéis una ronda de copas a mi cuenta esperándoos en el bar del hotel y esta habitación quedará libre a partir de las dos de la mañana por si tenéis la necesidad de usarla. Recordad, dentro de dos horas, no antes. La llave estará abajo, en el mostrador de la recepción.


Infiel (Parte 2)

Y con una última sonrisa y una animada despedida, las chicas se van a por sus bebidas gratis mientras Marta le echa el pestillo a la puerta y corre hacia la mesa sin perder un segundo. Guarda los artilugios y productos eróticos de nuevo en las bolsas y en cuestión de segundos, todo vuelve a estar metido en la caja, en el interior de la maleta. Se suelta el pelo y se arranca la ropa mientras saca la última caja que queda por abrir. No es muy grande, del tamaño de una caja de zapatos, pero de las cuatro, es la que tiene el contenido más extraño. Una vez está completamente desnuda, salvo por su precioso anillo, Marta aparta los muebles y la mesa a un lado, dejando despejada la moqueta, que procede a retirar cuidadosamente, enrollándola hacia un lado y dejando visible el antiguo parqué. Hay algo pintado que recuerda a un pentagrama, pero mucho menos geométrico. Las líneas, que en algún momento debieron ser rojas, con el pasar de las décadas se han vuelto marrón ceniza. No queda nada de la sangre con la que fue realizado el hechizo, pero eso lo hace todavía más poderoso. El dibujo está perfectamente enmarcado en un pentágono exacto, como la única celda de una peculiar colmena. Sobre cada trazo, reposa una finísima capa de algo parecido a la arena blanca, pero en realidad no lo es: se trata de una receta familiar secreta, que lleva pasando de generación en generación, de madres a hijas, desde hace milenios.


Cada uno de los cinco ángulos de la figura, coincide al milímetro con la posición de las velas. Saca su propio grimorio, lo huele como si fuera un libro nuevo, lo achucha contra su frente cariñosamente, lo besa y lo deja ante ella en el suelo. A ojo, calcula la cantidad de polvo de ceniza que necesita mientras saca de la caja un frasco cerrado con rosca y un botellín pequeñito de aceite de oliva con especias y hierbas. Abre primero el frasco de cenizas y toma un pellizco. Luego, siguiendo un orden correlativo y empezando por su derecha, “Sofía, María, Eva y Sol”, pronuncia uno de los nombres en cada arista con velas mientras va espolvoreando la ceniza en cada una de las llamas, haciendo que todas se tornen de colores distintos. Al llegar al último de los cinco puntos, se sienta en el suelo de frente a los otros cuatro, viéndose reflejada en el centro del espejo. Con cuidado de no tocar la mezcla de arena, coloca el botellín de aceite ante sus rodillas y esparce el resto de cenizas en las palmas de sus propias manos, frotándolas entre sí haciendo círculos. Luego las posa en el suelo, sobre las líneas, y empieza a recitar para activar el conjuro.


Diosa de Luz y vida. Fuerza de los bosques. Poder del mar y la lluvia. Espíritu de oscuridad y muerte. Invoco los elementos con este conjuro para entregar humildemente cuatro ofrendas y una vida. Que mi voz sea escuchada por el divino árbol de Yggdrasil y su brillo toque mis manos.


Nada sucede en la habitación, mientras Marta cierra los ojos y saborea el aire en cada inhalación, expectante. Espera pacientemente unos minutos, hasta que decide alzar las pestañas y mirarse a sí misma a través del espejo. La visión siempre la sorprende aunque es algo que ya espera, como fuegos artificiales, la magia la sobrecoge igualmente. Le parece más maravilloso cada vez. Pequeñas ascuas azules y verdes se elevan desde el suelo, brotando como tiernas y veloces enredaderas hechas de finos hilos de luz, que aparecen y se esfuman, como estelas persiguiendo a sus minúsculos cometas. La arena blanca refulge y llena la habitación de color desde el espejo.


Marta siente calor en las manos. Al separarlas del dibujo casi puede sentir la caricia luminosa de las hebras mágicas que ve en su reflejo rozando sus muñecas, como si se tratara de un ser vivo y pegajoso encariñado con ella, negándose a soltarla.


Abre la pequeña botella de aceite y se moja los labios con su contenido, directamente del recipiente. Luego lanza un poco del líquido en dirección a la primera vela.


Diosa de luz y vida, fuego, rojo, te ofrezco la vitalidad de Sofía. Fuerza de los bosques, tierra, verde, te ofrezco la vitalidad de María. Poder del mar y la lluvia, agua, azul, te ofrezco la vitalidad de Eva. Espíritu de oscuridad y muerte, rayo, amarillo, te ofrezco la vitalidad de Sol. —Arroja el aceite a una vela distinta cada vez, siguiendo el mismo orden. Luego se pone en pie—. Una vez nombradas las cuatro ofrendas, entrego mi vida a la Diosa, a la tierra, al agua y al Espíritu, siendo el aire que todo lo une. Mi nombre es Marta y mi color es el blanco.


Se bebe el resto del aceite y extiende los brazos hacia adelante con las palmas hacia el suelo, soltando la botellita, que deja caer la última gota de su contenido en el centro del pentágono sobre el grimorio.


Las velas se apagan al instante, todas a la vez, dejando la habitación iluminada solamente por el reflejo verdiazul de la magia del espejo, que como si se tratara de un enjambre de pequeñas luciérnagas de fantasía, las ascuas empiezan a volar creando espirales y formas alrededor de Marta. Por un instante todo se detiene, hasta que las líneas del conjuro empiezan a brillar, la arena prende como fósforo en una llamarada blanca y cegadora y toda la luz mágica, como absorbida a través de sus manos por un remolino, entra en su ser revitalizándola, alimentando sus células y regenerando sus poderes.



La habitación está a oscuras, el dibujo ya no se ilumina y ya no hay luz mágica. Ahora forma parte de ella. No se mueve. Disfruta del instante todo lo que puede, se siente saciada, llena, completa y puede sentir la energía vital en su interior, este es el mejor momento.


Pero como todo en este mundo, pasa deprisa.


Se levanta del suelo con la piel helada y se viste con más prisa que al desvestirse. Enseguida entra en calor y empieza a recoger la habitación de forma mecánica, mientras piensa que sus siete minutos de gloria la mantendrán sana un mes. Esa es su maldición, algo heredado de lo que no puede deshacerse. Un baño, dos horas de charla sexual, once minutos de ritual, siete de cielo y media hora de limpieza... Su abuela, incluso su madre, mataban para sobrevivir, para saciar el hambre de magia, pero ella descubrió el conjuro, lo creó para poder tener una vida propia sin las cadenas del aquelarre, que solo eran un montón de viejas maliciosas de costumbres rancias y normas caducadas que se han vuelto polvo. Pero Marta es distinta. Se ha adaptado bien a cada época y de todas ellas, esta es la mejor. Quizá por eso es la última bruja y a sus trescientos doce años, vive el día a día, feliz y enamorada como una quinceañera.


Guarda las velas, la ropa, el grimorio y los frascos, se lava las manos, y deja la maleta abierta, Gladio se encarga de cambiar las cajas del interior por las que Marta envía cada mes, para que todo esté listo para la próxima cita.


Antes de marcharse, resigue el pentágono y el conjuro con arena nueva, lo cubre otra vez con la moqueta y vuelve a dejar los muebles en su sitio, no sin antes comerse el último chocolate antes de bajar a recepción.


Su taxi ya está esperando, señora Garrido —dice el conserje al verla acercarse, inclinando la cabeza de forma servicial. —¿Puedo preguntar si la cena fue de su agrado?

Lo fue, y me han encantado los chocolates, Gracias, Gladio. Siempre tan atento.

Está usted resplandeciente, su marido es un hombre afortunado.

¡Lo es, sin duda! Hasta el mes que viene, Gladio.

Que tenga un feliz regreso, señora Garrido.


Marta lanza un beso al aire antes de salir a la calle y se dirige al taxi más ligera que cuando llegó. Es la una y poco, se pregunta si su marido seguirá despierto cuando ella regrese. Piensa que algún día tendrá que contarle lo que es... Quizá en un tiempo, cuando tengan un par o tres de hijos, o cuando haya ahorrado lo suficiente para regalarle ese viaje que tanto quiere, quizá en ese viaje. Quizá algún día. Mientras tanto, regresa a casa con un mes más de vida, pensando en qué clase de idiota le sería infiel a alguien tan maravilloso como su marido.





1 comentario:

  1. Querida Katty, debo decirte que especialmente la parte II de tu relato me ha gustado bastante, es claro que me gustan mucho las historias mágicas, considero que llevaste un hilo descriptivo precioso en fragmento del conjuro, la forma como lo narraste me permitió imaginarlo en mi mente mientras leía. ¡Gracias!

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